«¡Maestro, estoy muy ofendido! Quiero que vengan a pedirme perdón por lo que me han hecho. Me han tratado mal, no me valoran... ¿Cuándo vendrán a disculparse? ¡Ya me cansé!»
El maestro, con calma, respondió:
«Hijo, aunque no lo creas, tú sembraste esa semilla. No esperes que ellos vengan a pedirte perdón: ¿quién te crees para exigir eso si todos somos iguales? Si de verdad quieres elevar tu alma y liberarte de ese rencor, ve tú y pide perdón por la parte que te corresponde. Eso forma parte del espíritu de la vida misma que nos enseña a asumir responsabilidad total por lo que vivimos.
Piensa en lo que sucede con el cartero cuando te trae una carta de cobro, o con el banco cuando te notifica una deuda. ¿Por qué te enojas con los mensajeros? ¿Quién gastó el dinero o excedió la tarjeta de crédito? Fuiste tú. Deja de culpar a otros. No son ellos los responsables de tu saldo: son solo portadores de la consecuencia de tus acciones.
Así que, en lugar de esperar que lleguen arrastrándose ante ti, sé tú quien dé el primer paso y asuma su parte. Pide perdón con humildad y cambia tu actitud, pues solo así podrás liberarte de la carga y encontrar la paz que tanto anhelas»

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